El ciberespacio avanza hacia compartimentos estancos por países con un mayor control de la información
— En el mito bíblico, la
humanidad era condenada a hablar idiomas distintos para que le fuera imposible construir conjuntamente una torre
que llegara al cielo. En el mundo actual, gobiernos y empresas buscan controlar internet como ventana común al
conocimiento
La “balcanización” de internet hace referencia a los Balcanes, región al sudeste
de Europa célebre por las fricciones entre sus habitantes a causa de las diferencias identitarias y religiosas
que mantienen desde hace siglos.
Esos choques han llevado a la fragmentación del territorio en varios estados. ¿Cuántos?
Ni en eso hay acuerdo. Y eso mismo es lo que algunos buscan para internet: abandonar la idea de un espacio
virtual común a todos para convertirlo en una entidad local y controlada. Una Red de Babel frente a la que hay
también distintas interpretaciones.
— Del castigo divino a la geopolítica digital
La balcanización de internet supone, en realidad, un nuevo frente en la
batalla geopolítica mundial por la hegemonía económica, comercial, ideológica o militar. Desde hace
unos años, el control de internet es un activo estratégico fundamental, como podría ser dominar un
recurso energético o un enclave territorial básico.
Se atribuye al investigador Clyde Wayne Crews la primera referencia a esta idea bajo el nombre de “splinternet” (“partir internet”), en un artículo de Forbes en 2001.
Crews defendía la visión privada anticipando posibles regulaciones de la red, justo
en un sentido contrario a lo que pretende el metaverso, que aspira a unificar expresiones y perfiles
digitales. Algo de esa idea se puede observar ya en el plano comercial. Si viajas de forma frecuente te
habrás dado cuenta de que no todos los servicios funcionan de la misma forma en distintos lugares. Por
ejemplo, las plataformas digitales: el catálogo de Netflix es distinto si te conectas con tu cuenta en
otro país, y algunos servicios como Disney+ pueden no funcionar si detectan que estás en un territorio en
el que todavía no operan.
Plantéate si podrías considerar aceptable que se filtraran ciertos
contenidos. ¿De qué querrías protegerte? El ejemplo fácil es pensar en estados autoritarios donde se
censura cualquier signo de disidencia, pero no son los únicos filtros que se aplican al contenido.
En España se bloquean servicios de P2P como medida contra la piratería, mientras que
en EE. UU. algunos de los principales operadores acordaron bloquear el acceso a contenidos de pornografía infantil. Aún así, muchas prácticas consideradas
delictivas y eliminadas de la superficie digital acaban encontrando acomodo.
En ocasiones no basta con filtrar, bloquear o eliminar
información: hay rincones de la red donde florece un universo paralelo de contenido oculto para la mayoría de usuarios, en dos sentidos. Hay un
“internet profundo” con todo el contenido que los buscadores no indexan. Y más allá, accesible
sólo con herramientas específicas, el “internet oscuro” donde se pueden adquirir drogas o armas,
pero también donde existen prácticas mucho más positivas, como comunicaciones seguras libres del
control de gobiernos censores.
En algunos casos, los filtros son relativamente fáciles de
esquivar: muchos usuarios utilizan redes privadas virtuales para conectarse de forma cifrada.
Así, por ejemplo, no se puede saber quién se conecta o desde dónde lo hace, esquivando muchas de
las barreras de la mayoría de autoridades públicas y corporativas. Pero no todas.
En noviembre de 2019 Rusia aprobó una Ley de
Internet Soberana, que hace posible que el país pueda desconectarse del internet
global. Este internet ruso, bautizado como RuNet, sirve para protegerse de ciberataques extranjeros,
pero también otorga al Kremlin amplios poderes para restringir el acceso de la ciudadanía a la red y la
información.
Existe un amplio debate acerca de la “soberanía tecnológica”, que implica un
desarrollo de infraestructuras digitales acorde a la legislación de cada territorio, así como el hecho
de que la información permanezca en el país donde se genera. Sobre el papel eso impediría a las
multinacionales esquivar la legislación nacional, por ejemplo, en lo referente a la protección de datos
de la ciudadanía. Pero también podría implicar que fueran los Estados los que fijaran controles
adicionales.
Hasta el año 2014, la Iniciativa OpenNet --en la que
participaron instituciones académicas como Harvard, Cambridge y Oxford-- monitorizaba el filtrado
digital que se hacía por naciones. Describían cuatro técnicas comunes de filtrado: bloqueo técnico, eliminación de resultados
de búsqueda, retirada de contenido o inducción a la autocensura.
Hoy en día existen también estimaciones del impacto económico que
supone para las economías estatales llevar a cabo desconexiones de internet, pues conllevan asimismo
interrupciones de la actividad económica.
Una cosa es el filtrado previo de contenido, es decir, impedir que
llegue la información a un determinado territorio. Otra distinta, y más extendida, es eliminar cierto
contenido una vez ha llegado. Y eso puede responder a causas diversas. Por ejemplo, proteger el “derecho
al olvido” reconocido por algunos países para eliminar los registros que vinculan a una persona a un
pasado de injurias o acoso. Pero también abre la puerta a otras prácticas: que las autoridades de un
territorio soliciten a un buscador, como Google, que retire ciertos contenidos por considerarlos
inadecuados o delicados para sus intereses.
Internet nació en el ámbito educativo, conectando dos laboratorios
universitarios, pero bajo una lógica militar. En un contexto de Guerra Fría, ¿de qué manera se podía
proteger la información para que no fuera destruida en caso de un ataque a gran escala? La respuesta fue
interconectar muchos nodos de información para que el conocimiento fluyera y estuviera en muchos sitios
a la vez, dificultando su eliminación.
Esa era la teoría. En la práctica, y al igual que puede desconectarse, internet
también podría llegar a destruirse. No existe una nube en la que los contenidos “floten”, siendo etéreos y
ubicuos. La realidad es física: hay centrales de datos y cables de conexión, y eso hace que la red sea
vulnerable. Habría que cortar muchas cabezas, es cierto, pero no hay un número infinito de ellas. La
primera amenaza que enfrenta la red es que la limiten y parcelen. Pero la segunda es que, de alguna forma,
pueda eliminarse. Como consecuencia de la Guerra Fría y la cultura distópica surgieron colectivos de
personas que viven preparándose para lo peor. Algunos trabajan en escenarios tecnológicos, como qué
pasaría si Internet fuera eliminado. Reticulum es el proyecto de un ingeniero llamado Mark Qvist que pretende hacer
viable la construcción de una red segura de largo alcance para cualquier persona. Sólo necesitaría
herramientas sencillas y unos pocos conocimientos básicos.
Aunque es difícil medir cuánto y cómo filtra cada país la información, una
compañía especializada en seguridad digital ha esbozado una metodología. CompariTech elaboraba a
principios de 2022 una guía en la que distingue entre restricciones parciales o bloqueos totales
aplicados a varios tipos de contenido. En un primer nivel, menos delicado para la salud democrática de un
territorio, torrents de descarga o contenidos pornográficos. En un bloque más comprometido, VPN,
redes sociales o información política.
Igual que no es lo mismo filtrar que bloquear, tampoco es lo mismo
aplicarlo a un tipo de contenido u otro. Hablar de libertad de información y de eliminar cortapisas para
evitar la censura implica permitir que la red acoja cualquier tipo de contenido, aunque sea reprochable o
delictivo. Es difícil trazar una línea que deje fuera lo nocivo sin caer en otro riesgo quizá mayor:
definir qué es “nocivo” y qué no.
Es posible compatibilizar el respeto a la soberanía tecnológica de
cada territorio con mecanismos que eviten recortar libertades: fijar mínimos comunes a nivel
internacional que definan qué es una red libre, con los Derechos Humanos como marco.
Del mismo modo que el derecho comunitario opera en la Unión
Europea junto al derecho de cada Estado miembro, ese marco internacional debería encajar con la
legislación de cada país en materias no tocantes a los Derechos Humanos. Por ejemplo, los derechos de
autor.
Frente a la balcanización de internet que replica el mito bíblico de la Torre de Babel,
recuperemos ese saber universal del que nos hablaba Borges en su cuento: convirtamos la red en una biblioteca
de Babel, en un entorno global y comunitario donde podamos acceder a toda la información y el conocimiento sin
barreras geopolíticas.
Escríbenos si quieres saber más sobre la balcanización y el futuro de internet. También
puedes hacerlo para rescatar antiguos mitos. Nos encantan las leyendas.
¿Quieres saber más sobre desarrollo para dummies y cómo acercarte a la programación? ¿O sobre cualquier otra cosa? Nos encantan las manualidades.