Nada es como lo imaginabas. Sin darte cuenta, consumes cultura de una forma completamente nueva. El entorno digital, con sus plataformas, redes y comunidades, ha derribado fronteras y moldea la cultura como nunca antes
De Netflix a TikTok, pasando por series que son superproducciones audiovisuales millonarias. Las nuevas formas de consumo y ocio también afectan a la creación, producción y distribución de los contenidos culturales.
El Teatro Real ofrece palcos digitales y las experiencias inmersivas nos sumergen en la obra de artistas como Van Gogh o Klimt. Por otro lado, la presencia de influencers conecta a las grandes marcas con el público de forma más personal, mientras plantea cambios profundos en el mundo de la moda. Las expresiones culturales están rompiendo todos los esquemas.
Libros que se escuchan, pódcast donde se lee, representaciones teatrales con la mitad del elenco en pantalla y el resto de forma física o la llamada transmedia fanfiction —libros que derivan en videojuegos, espacios en el metaverso, etc—. Industrias como la moda, el cine o la literatura derriban las barreras y la cultura evoluciona hacia experiencias cada vez más líquidas.
Un 72% de los encuestados a nivel global por Wunderman Thompson (2022) opina que no debemos “solucionar las discapacidades”, sino “solucionar el mundo para las personas con discapacidad”. La población usuaria lo demanda, y el contexto regulatorio acompaña. A partir del 28 de junio de 2025, la directiva UE2019/882 —también conocida como el Acta Europea de Accesibilidad— exigirá de forma terminante unos requisitos muy estrictos en todos los estados miembros.
La accesibilidad es una característica básica que deben cumplir los productos y servicios digitales para ser consumidos por todas las personas de manera autónoma, segura, confortable y equitativa. Hace referencia al acceso, al uso y a la experiencia que tiene la persona que utiliza ese servicio/producto.
Si tu producto o servicio se oferta en uno o varios estados miembros de la Unión Europea, la normativa te afecta. Tanto si eres fabricante como importador, distribuidor o prestador de servicios. Hay una excepción: las microempresas con menos de 10 empleados y cuyo balance total no sobrepasa los 2 millones de euros al año. Sin embargo, más allá de ser un requisito regulatorio, el diseño accesible puede aportar mucho valor a tu proyecto o negocio.
La norma europea busca armonizar los requisitos de accesibilidad exigibles a muchos productos y servicios: desde equipos como ordenadores, móviles o máquinas expendedoras hasta páginas web, aplicaciones o libros electrónicos. Para las webs, por ejemplo, el nivel AA del W3C pasa a ser obligatorio. Asegúrate de que tus proyectos y servicios cumplen con esta normativa, o pide ayuda a expertos en accesibilidad, usabilidad y diseño centrado en las personas para adaptarlos.
— Adaptarse o morir (de aburrimiento)
En el siglo XIX, Charles Darwin estuvo en las Islas Galápagos. Allí vio unas aves similares, aunque distintas. Algunas tenían picos fuertes y otras, más endebles. Cambiaban el plumaje, los hábitos y hasta su canto. Creyó que eran especies diferentes, pero en realidad todas eran pinzones. Simplemente habían adaptado sus características a entornos distintos, en los que habían ido creciendo durante generaciones.
La historia de los pinzones de Darwin fue uno de los embriones de lo que más tarde sería la teoría de la evolución. No somos criaturas inmutables, cambiamos con el tiempo, nos adaptamos a las situaciones que nos rodean. Y nuestros hábitos y actividades no son una excepción.
Varias décadas de desarrollo del entorno digital han provocado importantes cambios en nuestra forma de relacionarnos con el mundo. En la "era de la prisa" tendemos a la multitarea, reproducimos los contenidos a mayor velocidad (el famoso 1,5x) y nos cuesta prestar atención. Nos volvemos más críticos (o impacientes) ante aquellos contenidos que no nos convencen, y buscamos figuras o espacios de "curación" de contenidos (desde newsletters hasta influencers) para aprovechar al máximo nuestra atención y nuestro tiempo.
Por eso, como aquellos pinzones, los productos culturales han tomado distintas formas para encajar nuestra expresión social e identitaria en el nuevo entorno digital.
Uno de los factores de éxito de la tecnología es su faceta de herramienta capacitadora. Esa que permite a los usuarios realizar tareas complicadas de forma sencilla o acceder a unos contenidos antes inasequibles. En el sector editorial, el auge de las plataformas de autoedición es un buen ejemplo, aunque sea para multiplicar el número de ejemplares en circulación sin que eso se traduzca de forma directa en ventas. También las plataformas de escritores noveles como WattPad, un coto de caza para agentes literarios que buscan manuscritos que editar. Algunas obras salidas de esas plataformas triunfan incluso fuera de ellas.
El viento digital no se lleva las palabras (aún)
A pesar de que proliferan nuevas comunidades en línea, el libro parece mantenerse a flote en su formato tradicional. Muchos han abandonado la compra de discos y la han sustituido por Spotify, las salas de cine por Netflix o incluso la radio en directo por los pódcast. Pero los lectores, en general, siguen prefiriendo la experiencia del papel y la tinta.
Era enero, la cantante Rosalía estaba esquiando y subió un vídeo de 24 segundos a TikTok en el que cantaba un fragmento de una canción que iría en su nuevo disco. Durante días, seguidores y medios jugaron a adivinar qué quería decir la letra. Luego llegarían e vídeo , en marzo, el concierto en redes sociales.
La industria audiovisual también ha mudado de piel para adaptarse a los nuevos tiempos. Ahora se invierten millones en producir series que tienen más que ver con las superproducciones de Hollywood que con lo que eran antes. El motivo de la creciente demanda tiene que ver con el auge de las plataformas y con la caída del consumo audiovisual en salas. Un sector, eso sí, que parece haber alcanzado su madurez: el retroceso de Netflix ha conllevado un cambio de estrategia y un cierto reajuste. También de la competencia.
Muchas de las tendencias que explora el sector tecnológico se han podido ver en los últimos años en el mundo de los videojuegos, una industria cultural que ha sabido crecer conectada a lo digital. Por eso, para ver por dónde va el futuro de la cultura, hay que echar un vistazo a lo que ocurre en el ecosistema gamer.
01
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Visión holística / System Thinking
_ Buscando un conocimiento generalista
_ Fomentado el diálogo entre disciplinas
_ Mirando el conjunto más allá de la suma de las partes
02
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Cuestionar el statu quo
_ Evitando las ideas preconcebidas y los prejuicios
_ Replanteándose la validez de nuestras creencias
_ Poniendo en cuestión el conocimiento de base e intentando renovarlo
03
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Evitar el dogmatismo
_ Cuestionándonos a nosotros mismos
_ Generando conocimiento nuevo desde la humildad
_ Cuestionando este nuevo conocimiento
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Ordenar y conectar el conocimiento
_ Creando un marco de referencia que permite la comprensión clara y sistemática del conocimiento, lo que ayuda a identificar nuevos enfoques o ideas innovadoras
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Buscar la eficiencia en la aplicación
_ Decidiendo a qué nivel de profundidad se quiere y se puede llegar
_ Planificando de acuerdo con las posibilidades
Con la evolución digital de la cultura se da también una reconfiguración del espacio social. La industria cultural ha sido siempre un elemento de “poder blando” o soft power que, en cierta medida, dibuja el mundo en el que vivimos e incluso puede influir en dinámicas de poder globales. Desde los panteones del Imperio Romano al uso actual de los museos como símbolo nacional y como objeto de protesta.
En junio de 2022, España acogía a los líderes de las principales potencias occidentales en una cumbre de la OTAN tras la invasión de Ucrania. La cena, y el posterior paseo, fue en el Museo del Prado. La intención era mostrar al mundo el poderío cultural español a través de las imágenes de los líderes globales contemplando su rico patrimonio pictórico. Algunas fotografías, como las de los gobernantes Emmanuel Macron, Mario Draghi o Boris Johnson, se convirtieron en virales.
Unas semanas antes de esas imágenes, un hombre estampó una tarta en La Gioconda en el Museo Louvre de París. Al ser detenido se defendió con una consigna ecologista. Después de él llegaron la sopa de tomate sobre un cuadro de Van Gogh o la cola en el marco de un Goya en el citado Museo del Prado, ambos con las mismas proclamas. La idea era llamar la atención de los en redes sociales para concienciar sobre el cambio climático utilizando la cultura más clásica y reconocible como vehículo.
Las telenovelas latinoamericanas han servido a millones de espectadores para aprender español, igual que las turcas han funcionado como reclamo turístico del país. El sushi se ha hecho un hueco en la gastronomía mundial, igual que la cocina peruana. Como antes lo hizo el vino francés, la pizza italiana, el salmón noruego. Corea del Sur es un claro ejemplo de que la cultura puede ser un arma influyente en este nuevo escenario: además de su peso en el sector tecnológico mundial, ha sabido hacerse un hueco en la cultura a través de las redes.
La música popular surcoreana, que alcanzó notoriedad en Asia en los años noventa del siglo XX, ha dado el salto mundial aprovechando las redes sociales. En abril de 2022, la banda ATEEZ llenaba el Palacio de Vistalegre en Madrid.
Los Premios Oscar de 2020 fueron los primeros en los que una producción no estadounidense se hacía con el galardón a la mejor película, además del premio a la mejor cinta extranjera. Fue el caso de Parásitos, un drama social surcoreano que acabó siendo el filme más premiado del año.
En otoño de 2021, Netflix lanzó la serie El juego del calamar, que llegó al número uno en varios países. Es la producción más vista de la plataforma de streaming, con casi 150 millones de espectadores.
TikTok, la app más descargada en EE. UU. y Europa y la seña de identidad de la generación Z, ha sido calificada por algunas voces como la “super arma de distracción masiva” de China. Ante las alarmas por su posible uso por parte del régimen asiático, países como India decidieron prohibirla por completo, mientras que en EE. UU. se ha bloqueado su uso en dispositivos gubernamentales después de que el FBI advirtiera de que podría ser una amenaza de seguridad. La propia China quiere limitar el acceso de los más pequeños a la herramienta.
Hablar de un escenario cultural conectado, en el que podemos acceder a producciones de todo el mundo de forma sencilla, suena prometedor. Sin embargo, cabe la posibilidad de que no estemos accediendo a un contenido más diverso, sino fomentando productos indistinguibles, acordes a unos estándares. ¿Estamos entonces ante una cultura global que difunde lo diverso o frente a una homogénea que simplifica lo global?
La misma reflexión podría llevarse a los propios formatos y contenidos. La caída de fronteras entre géneros y sectores puede enriquecer la experiencia cultural, pero también diluir la esencia de cada uno de ellos.
¿Acaso un pódcast en vídeo no es lo mismo que un programa audiovisual? ¿Una interpretación dramatizada de un audiolibro no es teatro? ¿Van a convertirse los conciertos en videoclips? Probablemente, el tiempo dará la respuesta, y cada producto cultural encontrará su nicho o comunidad y sobrevivirá si es capaz de diferenciarse.
Hasta entonces, una plasticidad casi lúdica —que nos permita experimentar y extraer lo mejor de esta cultura digital evolutiva— será una buena estrategia para aprovechar el cambio. Para que los pinzones nos ayuden a comprender mejor el ecosistema antes de encontrar nuestro lugar en él.
Creadores y distribuidores de contenido intentan amoldarse a los nuevos hábitos de un público que quiere sacar provecho de los recursos digitales. En el camino se logran adaptaciones que pueden generar oportunidades para todo el sector.
En la cultura digital siempre hay un nicho para ti. Por muy concreto que sea tu producto, servicio o tu preferencia, es muy probable que haya una comunidad en torno a ella. Es el caso de fenómenos como el K-pop, los otakus o los e-sports.
La multiplicación de la oferta y la mayor facilidad de acceso al contenido ha conllevado el abaratamiento del precio: ya no tiene sentido comprar o archivar música, series o películas si puedes suscribirte o consumirlas por un precio razonable. La batalla actual pasa por acotar los perfiles compartidos.
Aunque la digitalización ha hecho evidente la existencia de brechas digitales, la propia tecnología puede romper numerosas barreras de acceso al contenido. Los audiolibros facilitan la lectura a personas con discapacidad visual, de la misma forma que los subtítulos y doblaje a la carta en las plataformas pueden ser de gran ayuda para muchos colectivos.
Si la cultura nos define y acompaña desde el principio de los tiempos, quizá la forma de dibujar el futuro sea mirar hacia el pasado. En concreto, al teatro: la narrativa del drama es la que se sigue viviendo en YouTube, TikTok o Twitch. Cuando un streamer se pone delante de la cámara o comparte su partida en un videojuego para los espectadores; cuando convertimos las redes sociales en ágora común; cuando los comentarios y reacciones sustituyen a los murmullos en la sala y los aplausos... La cultura digital, en todos sus formatos y escenarios, es puro teatro.
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